Zombie Enamorado

El zombie enamorado

Había una vez un zombie que se llamaba Zeta. Era un zombie como cualquier otro: le gustaba comer cerebros, gruñir y arrastrar los pies. Pero un día, todo cambió para él.

Zeta estaba caminando por la ciudad en busca de comida, cuando vio a una muchacha sana que le llamó la atención. Era una chama de cabello castaño, ojos color miel y una sonrisa radiante. Zeta sintió algo extraño en su pecho, algo que no había sentido nunca antes. Era amor.

Fue tanto lo que sintió, que Zeta decidió seguirla a distancia, sin atreverse a acercarse demasiado. La observó durante varios días, y se dio cuenta que la chica era muy buena persona. Ayudaba a los demás, cuidaba de los animales y se reía con sus amigos. A Zeta se le intensificaba cada vez más lo que sentía por ella, y empezó a cuestionarse su forma de vida.

¿Por qué tenía que comer cerebros? ¿Por qué tenía que ser un monstruo? ¿Por qué no podía ser como ella? Zeta ahora quería cambiar, quería ser bueno, quería ser más humano.

Así que Zeta tomó una decisión: dejaría de comer cerebros y buscaría una cura para su condición. Se alejó de sus compañeros zombies, y se escondió en un lugar seguro. Allí empezó a investigar sobre la enfermedad que lo había convertido en zombie, y encontró algunas pistas.

Al parecer, el virus que causaba el zombismo se transmitía por la mordedura de un animal infectado. El virus afectaba al cerebro, provocando la pérdida de la conciencia, la memoria y la voluntad. El único antídoto conocido era una planta llamada aloe vera, que tenía propiedades regenerativas y antiinflamatorias.

Zeta recordó haber visto esa planta en el jardín de la casa de la muchacha. Decidió arriesgarse y acercarse a ella. Esperó a que la chama saliera de su casa, y aprovechó para entrar por una ventana abierta. Buscó el aloe vera, y se lo comió todo.

Al principio no sintió nada, pero al cabo de unos minutos empezó a notar un cambio. Su piel se volvió más suave, su cabello más brillante y sus ojos más claros. Su mente se despejó, y recuperó algunos recuerdos de su vida anterior. Se sintió más vivo que nunca.

Zeta estaba feliz, pero también asustado. No sabía cómo reaccionaría la joven si lo veía. ¿Le tendría miedo? ¿Lo rechazaría? ¿Lo aceptaría? Zeta decidió salir de la casa y esperarla fuera.

Cuando la chica volvió, se encontró con Zeta en la puerta de la casa. Al principio no lo reconoció, pero luego vio algo familiar en su mirada. ¡Era el zombie que la había estado siguiendo!

  • ¿Qué haces aquí? -le preguntó ella con sorpresa.
  • Hola, me llamo Zeta -dijo él con timidez-. Sé que esto puede sonar extraño, pero… estoy enamorado de ti.

La chica se quedó sin palabras. No sabía qué pensar ni qué hacer. Zeta le contó toda su historia, cómo se había convertido en zombie, cómo la había visto y cómo había encontrado la cura.

  • Por favor, no me tengas miedo -le suplicó-. He cambiado por ti, porque quiero ser como tú. Quiero ser bueno, quiero ser humano.

La muchacha miró a Zeta con curiosidad y compasión. Vio que era sincero, que había sufrido mucho y que había hecho un gran esfuerzo por cambiar. Vio que era diferente a los demás zombies, que tenía sentimientos y que la quería.

  • No te tengo miedo -le dijo ella con una sonrisa-. Me llamo Luz.

Luz le tendió la mano a Zeta, y él la tomó con cuidado. Se miraron a los ojos, y sintieron una conexión especial. Se dieron cuenta de que tenían muchas cosas en común, y que se gustaban mucho.

  • ¿Quieres venir conmigo? -le preguntó Luz-. Podemos ir a mi casa, o a donde quieras.
  • Sí, quiero -respondió Zeta-. Quiero estar contigo.

Luz y Zeta se abrazaron, y se fueron juntos. Caminaron por la ciudad, tomados de la mano, sin importarles lo que pensaran los demás. Se habían encontrado el uno al otro, y se habían salvado el uno al otro.

Y así fue como un zombie se volvió bueno, y demostró que las personas pueden cambiar cuando es la fuerza del amor la que los impulsa.

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